LA SOMBRA
La sombra es un término acuñado por el psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung que hace alusión a todos aquellos aspectos que consideramos negativos o no adaptativos de nuestra personalidad y que, por ello, reprimimos y negamos.
Recordemos que vivimos en un mundo de naturaleza dual y por tanto, de polaridades, donde no es posible que una exista sin la otra: la noche no puede existir sin el día, el calor no puede existir sin el frío, el polo positivo no puede existir sin el polo negativo..., etc. A nivel personal ocurre lo mismo: la exigencia no puede existir sin la despreocupación, la rigidez sin la flexibilidad, la tristeza sin la alegría… El problema está cuando juzgamos a una de ellas como buena o mala, mejor o peor, adecuada o inadecuada, correcta o incorrecta.
Sin embargo, ya desde que nacemos vamos aprendiendo de manera sutil que hay ciertas cualidades que está bien mostrar, ya que son validadas en nuestra familia, en nuestro entorno social y cultural y por las que somos aceptados. Aprendemos también que hay otras que son mal vistas y desaprobadas.
En base a este juicio, desarrollamos una cara visible o personalidad que sería todo aquello con lo que nos identificamos y que queremos mostrar fuera, que nos da aprobación y que nos asegura nuestra pertenencia en el grupo (familiar, social). El resto de cualidades que consideramos negativas o con las que no nos identificamos porque nos avergüenzan o nos llenan de humillación, las mandamos a la sombra en un intento por deshacernos de ellas. Como si el hecho de obviarlas implicase que ya no existen. Pero nada más alejado de la realidad ya que este contenido permanece siempre en el inconsciente de la persona. La gran peculiaridad de la sombra es la tendencia a expulsarla fuera, viendo personificado en los demás todo esos rasgos que nos desagradan y avergüenzan de nosotros mismos y que equivocadamente consideramos no tener.
Por ejemplo, si desde niño aprendí en mi familia que el hecho de ser exigente con uno mismo era valorado y considerado lo correcto, voy a identificarme con ello y cualquier signo de dejadez o despreocupación en mí lo voy a tachar de inaceptable, negándolo y por tanto, enviándolo a la sombra. Como no lo acepto en mí automáticamente lo voy a proyectar en el exterior y cuando vea a una persona “dejada” o despreocupada me va a resultar intolerable.
O si me identifico como alguien muy preocupado por las necesidades de los demás y juzgo de incorrectas a las personas individualistas y centradas en sí mismas, cuando esté frente a alguien con tal cualidad únicamente veré ese rasgo en ella. Me hará sentir muy incómodo y la rechazaré vehementemente, pues encarna justamente lo que no me permito a mí mismo. Sin embargo, puede que me esté perdiendo el mensaje implícito y que podría ser darme cuenta de que esa persona me está mostrando lo olvidada que tengo esa cualidad en mí; la cual es tremendamente necesaria cuando, por ejemplo, tengo que cuidar de mi salud física y emocional o velar por mis derechos y necesidades.
Cuanto más me esfuerzo por resaltar en mí una polaridad y negar la opuesta, curiosamente, más la avivo y tarde o temprano termina aflorando con mayor fuerza. Todos somos conocedores de personas que de cara a la sociedad se presentan excesivamente correctas y dóciles, independientemente de las circunstancias y después en su entorno más seguro (en su casa y con su familia) sacan esa “otra parte” a la que nunca dan cabida y que termina exteriorizándose, por ejemplo, en forma de estallidos desproporcionados de furia e ira ante la más mínima nimiedad.
El universo siempre tiende al equilibrio, por lo que la mejor solución siempre está en equilibrar los comportamientos y darle espacio a nuestros impulsos para poder gestionarlos de manera controlada y comprender el mensaje que se encuentra detrás. Es decir, ser flexibles y permitirnos transitar por ambas polaridades con soltura cuando la situación lo requiera.
¿Y cómo detectar la sombra?
La mejor forma de ser conscientes de nuestra sombra es a través de la autoobservación. Observar nuestra forma de relacionarnos con el entorno es clave, ya que todo aquello que nos saca de nuestras casillas, que no aceptamos bajo ningún concepto o incluso eso que nos encanta de otras personas pero que no nos permitimos, suele formar nuestra sombra.
-¿Qué es lo que quiero cambiar del otro?
-¿Qué es lo que más temo?
-¿Qué es lo que más me hace enfadar?
-¿Qué es lo que más me avergüenza?
Te invito a que te cuestiones todo lo que crees acerca de ti mismo pero, sobre todo, lo que consideras que no te define o que no tiene nada que ver contigo, aunque descubras que hay cualidades que no se ajustan a la imagen ideal que tenías de ti mismo.
Re-apropiarnos de esas cualidades que un día mandamos a la sombra por el juicio que hicimos hacia las mismas requiere valentía, pero este proceso de inclusión nos lleva inevitablemente a completarnos como individuos, ampliando nuestra conciencia y permitiéndonos aumentar el rango de lo que creemos ser.
Este mayor autoconocimiento nos torna más sinceros con nosotros mismos y nos proporciona una mayor tolerancia y comprensión hacia los demás.
Recuerda que no hay luz sin sombra.